viernes, 9 de enero de 2009


Había aprendido a edad temprana que podía verme sometida y obligada a hacer cosas en contra de mi voluntad. Había logrado salir de las turbias profundidades de la desesperanza gracias a mi terca y muda creencia en que la vida tenía que ser mejor. Había forjado mi fortaleza en el fuego del dolor; la mujer en la que me había convertido, la independencia, la habilidad, la reputación que me había labrado, me eran demasiado preciosas como para permitir que me diera por vencida. Él, era el reto definitivo de mi vida, y tendría que reunir toda mi fuerza de voluntad para afrontarlo.

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